Más allá, al otro lado del mar, se hallaba un país, el País de Azul. El País Azul contaba con una corte muy lujosa y respetada, y muy conocido era su joven príncipe de dieciocho años. Tan conocido que todas las muchachas del reino quedaban absortas en su elegancia y mirada profunda de azul zafiro. Había recibido ya varias propuestas de matrimonio con hijas de algún duque, o princesas o familiares de alguna familia de la alta sociedad, no sólo de su país si no de varios países vecinos. Y aún así, era un poderoso estratega y buen espadachín que no se desentendía de los problemas del reino.
Un día, unos asuntos le llevaron al País Verde. Seguido de su corte de ministros y unos cuantos leales soldados, se dispuso a entrar a la reunión e la que firmaría un acuerdo con el País Verde. Ya se habían reunido allí todos. Había representantes de todos los países vecinos, incluso en una de las sillas se hallaba la cruel Princesa de Amarillo. Tras revisar los tratados de paz, las treguas, y los intereses de todos los demás, pasaron a la redacción del nuevo tratado. Aquella jovencita de pelo rubio, la Princesa de Amarillo, no había parado de observarle durante toda la reunión y cuando él se fijo en aquella muchacha, sus miradas se cruzaron dejando en el rostro de aquella chica una estela de rubor. Pero esto no llegó a los ojos del príncipe, su atención había sido captada por el sirviente que acompañaba a todos lados a la Princesa de Amarillo. Aquel muchacho silencioso de bucles dorados y expresión seria, le había dado un muy mal presentimiento.
Al finalizar la reunión, elegante y de tan buena educación como era de esperar de su tan noble cuna, el príncipe fue a saludar a los representantes de los países.
- Buenas tardes. - comenzó el príncipe saludando a la chiquilla que vestía un elegante vestido de sedas amarillas y negras, la cual era llamada la Princesa Amarilla.
- Buenas sean. - respondió ella con voz dulce y un ligero rubor. - Es un placer conocer al Príncipe de Azul, y más honroso sería el conocer vuestro nombre.
- Disculpadme. - indicó con una reverencia. - Kaito Drey, el placer es mio...
- Rin Kagamine. - sonrió.
Un día, unos asuntos le llevaron al País Verde. Seguido de su corte de ministros y unos cuantos leales soldados, se dispuso a entrar a la reunión e la que firmaría un acuerdo con el País Verde. Ya se habían reunido allí todos. Había representantes de todos los países vecinos, incluso en una de las sillas se hallaba la cruel Princesa de Amarillo. Tras revisar los tratados de paz, las treguas, y los intereses de todos los demás, pasaron a la redacción del nuevo tratado. Aquella jovencita de pelo rubio, la Princesa de Amarillo, no había parado de observarle durante toda la reunión y cuando él se fijo en aquella muchacha, sus miradas se cruzaron dejando en el rostro de aquella chica una estela de rubor. Pero esto no llegó a los ojos del príncipe, su atención había sido captada por el sirviente que acompañaba a todos lados a la Princesa de Amarillo. Aquel muchacho silencioso de bucles dorados y expresión seria, le había dado un muy mal presentimiento.
Al finalizar la reunión, elegante y de tan buena educación como era de esperar de su tan noble cuna, el príncipe fue a saludar a los representantes de los países.
- Buenas tardes. - comenzó el príncipe saludando a la chiquilla que vestía un elegante vestido de sedas amarillas y negras, la cual era llamada la Princesa Amarilla.
- Buenas sean. - respondió ella con voz dulce y un ligero rubor. - Es un placer conocer al Príncipe de Azul, y más honroso sería el conocer vuestro nombre.
- Disculpadme. - indicó con una reverencia. - Kaito Drey, el placer es mio...
- Rin Kagamine. - sonrió.
- Rin. -repitió el joven. Hubo un pequeño silencio. - Ahora si, he de marcharme, tengo asuntos que atender, Rin.
La joven princesa respondió con una reverencia y una sonrisa y le observó marcharse desde la lejanía con un brillo de deseo en sus ojos.
La joven princesa respondió con una reverencia y una sonrisa y le observó marcharse desde la lejanía con un brillo de deseo en sus ojos.
La reunión había sido pesada y agobiante. A pesar de ser tan cordial y cortés con todo el mundo, aquello le agotaba irremediablemente. Su naturaleza le pedía más paz, pero el había vivido entre asuntos reales y tratados de guerras, por lo que había madurado demasiado deprisa y ahora a veces eso le cobraba factura... Salió de la corte a tomar un paseo, y, como un niño, se sintió satisfecho al ver que todas las muchachas del País Verde caían rendidas con tan solo verle. Sonrió para sí durante unos segundos. Pero entonces esa sonrisa se tornó triste al pensar que jamás encontraría a nadie que le agradara tanto como él agradaba a las jovencitas.
Al tornar la esquina, sumido en sus pensamientos, se tropezó con un par de muchachas. Una de ellas sobresaltada por el encuentro se precipitó al suelo. La otra, que tenía un hermoso cabello blanco, la ayudó a levantarse.
- Miku ¿estás bien? - le preguntó mientras la otra se reincorporaba.
- Sí, sí, no pasa nada. - sonrió.
El Príncipe quedó paralizado un instante. Hacía mucho tiempo que no veía una sonrisa tan pura. Todo el mundo a su alrededor estaban cubiertos por una capa de falsa cortesía y afecto, pero él percibía en sus miradas y en sus sonrisas las segundas intenciones de cada uno de los que le rodeaban. Pero aquella muchacha había sonreído con tanta naturalidad e inocencia que hizo que algo en su interior se volcara de pronto.
- ¡Ah...! - comenzó aún confundido. - ¡Disculpadme! - se excusó. - Iba pensando en algo más y...
- No pasa nada – rió a la que la de los cabellos blanco había llamado Miku. - No es nada grave.
-¡Miku...! - protestó la muchacha de blanco al ver el arañazo de la mano de su amiga.
Al tornar la esquina, sumido en sus pensamientos, se tropezó con un par de muchachas. Una de ellas sobresaltada por el encuentro se precipitó al suelo. La otra, que tenía un hermoso cabello blanco, la ayudó a levantarse.
- Miku ¿estás bien? - le preguntó mientras la otra se reincorporaba.
- Sí, sí, no pasa nada. - sonrió.
El Príncipe quedó paralizado un instante. Hacía mucho tiempo que no veía una sonrisa tan pura. Todo el mundo a su alrededor estaban cubiertos por una capa de falsa cortesía y afecto, pero él percibía en sus miradas y en sus sonrisas las segundas intenciones de cada uno de los que le rodeaban. Pero aquella muchacha había sonreído con tanta naturalidad e inocencia que hizo que algo en su interior se volcara de pronto.
- ¡Ah...! - comenzó aún confundido. - ¡Disculpadme! - se excusó. - Iba pensando en algo más y...
- No pasa nada – rió a la que la de los cabellos blanco había llamado Miku. - No es nada grave.
-¡Miku...! - protestó la muchacha de blanco al ver el arañazo de la mano de su amiga.
- ¡Oh no! Por favor dejadme enmendar mi error. - contestó el príncipe.
- Bueno... - prosiguió Miku convencida. - Vos ganáis. ¿Puedo pedir algo?
El príncipe parecía algo confundido por la facilidad con la que Miku había accedido. A lo mejor no era tan pura como había pensado...
- Os oigo. - contestó no muy convencido.
Miku colocó entre los brazos del príncipe una bolsa llena de alimentos comprados en el mercado. El príncipe aún pareció más confundido.
- Ayudadme a llevar la compra y seréis perdonado. - rió iniciando el paso.
La muchacha de blanco le dedico una mirada de confusión y se apresuró a seguir el paso de su amiga. Miku se paró y se volteó.
- ¿A qué esperáis?
- Bueno... - prosiguió Miku convencida. - Vos ganáis. ¿Puedo pedir algo?
El príncipe parecía algo confundido por la facilidad con la que Miku había accedido. A lo mejor no era tan pura como había pensado...
- Os oigo. - contestó no muy convencido.
Miku colocó entre los brazos del príncipe una bolsa llena de alimentos comprados en el mercado. El príncipe aún pareció más confundido.
- Ayudadme a llevar la compra y seréis perdonado. - rió iniciando el paso.
La muchacha de blanco le dedico una mirada de confusión y se apresuró a seguir el paso de su amiga. Miku se paró y se volteó.
- ¿A qué esperáis?
Nath Key (C)