lunes, 27 de septiembre de 2010

Capitulo 1: El Reino de la Traicionera Inhumanida. Parte 3/3

Se alzaba un nuevo día en la corte del País Amarillo, los pájaros cantaban con una melodiosa voz que hacía parecer aquel lugar el más hermoso y pacífico de toda la comarca. Pero aquel día en la corte se alzaban voces confusas, una era la voz cantarina y burlona de la Princesa de Amarillo, que se hallaba en su trono atendiendo a las peticiones de sus vasallos. En aquel instante estaba atendiendo a una joven pareja. Ambos se veían claramente afectados por el azote de hambruna que corría por los pueblos del País Amarillo. El muchacho era un soldado de la corte, y su esposa una hermosa muchacha de tez nívea y cabellos carmesí que se aferraba al brazo de su amado. La Princesa oía sus palabras con una sonrisa indiferente en el rostro y haciendo gestos bruscos en señal de que aquello la aburría profundamente. A su lado, una figura de un muchacho envuelto en una capa negra y que tan sólo dejaba entrever unos cortos mechones de pelo rubio, conseguía infundir en ambos un respeto que se asemejaba más al miedo.
- Su alteza... - prosiguió el hombre. - … nuestro pueblo se muere de hambre. ¡Necesitamos su ayuda!
- ¡Já! - exclamó la Princesa por fin. - Insecto, tengo cosas más importantes que escuchar tus lamentos por no haber trabajado lo suficiente. - Se colocó en su trono para mirarlo mejor. - ¿Acaso no eres un soldado de esta corte? Explicame entonces que haces perdiendo tu tiempo con suplicas, y además perdiendo mi valioso tiempo. - la Princesa sonrió.
- Pero su Alteza... Si esto sigue así el pueblo se descontrolará....
- ¡Silencio! - ordenó la princesa furiosa. - No hables hasta que yo te lo ordene.
- ¡No! - alzó la voz el soldado poco convencido y mirando a su esposa. Agarró fuertemente la mano de su tan amada mujer de cabellos ígneos. La muchacha le devolvió otro apretón en forma de ánimo a su amado. - ¡Vos no lo entendéis porque pasáis el día en vuestro trono! - la Princesa sorprendida por tal osadía alzó un ceja.- ¡Basta de caprichos! Nuestro pueblo confía en nuestra Princesa y lo único que estáis logrando es matarnos de hambre.- hizo una pausa temblando.
-¿Cómo te atreves? - susurró la Princesa llena de ira. Pero sitió como la mano de su sirviente se posaba sobre su hombro para calmarla. La Princesa suspiró. - Está bien, seré misericordiosa. Ejecutadlo sólo a él.
La Princesa sonrió para sí como si hubiera realizado una buena acción.
-¡¿Qué?! - exclamó por fin la muchacha de cabellos carmesíes.
El soldado le hizo guardar silencio.
-Así es como arregláis las cosas vos, alteza. - Dijo esta vez aún más seguro.
- ¡Guardias! - ordenó la Princesa. Dos pares de soldados armados acudieron a su llamada.- Lleváoslo. Este hombre será ejecutado cuando la campana dela Iglesia toque tres veces en la tarde. Está condenado por traición y desacato de las órdenes impuestas.
-¡¿Traición?! - protestó la mujer mientras la separaban a la fuerza de su marido. -¿Qué significa esto? ¿Esta es la justicia que vos impartís?
-¡Para, Meiko! - le ordenó esta vez su marido. La muchacha calló súbitamente. - Algún día, este País te traerá la felicidad y la paz que te prometí el día de nuestra boda. Aunque yo no esté a tu lado, quiero que tu seas feliz.
- ¡No! - casi sollozó.
- Siento haber fallado...
Y los soldados de la princesa los separó mientras esta sonreía con aires victoriosos.
- Creo que es la hora de merendar. - dijo solamente la Princesa antes de irse con su sirviente de la sala.

Aquella noche Meiko no pudo dormir. Incluso había pensado un plan para ayudar a su tan amado esposo a salir de aquel lugar, pero no sacaba nada en claro. La noticia se había extendido rápidamente por toda la aldea, y el miedo que esto había generado en los aldeanos acabo con todo ápice de rebelión que se hallara en sus corazones. Si nadie quería ayudarla, ella misma acudiría a hacer algo. Así pues tras una larga noche cubierta de lágrimas y dolor se armó con la espada de su esposo y trazó un plan para tratar de liberarlo.

Habían sonado dos veces las campanas y el pueblo ya se reunía alrededor de la plaza en el lugar de ejecuciones. El murmullo de la gente era constante pero ininteligible y cuando logró una buena vista de la plaza vislumbró la situación: la Princesa se sentaba cerca en un trono para ver la escena con aquellos ojos crueles, su sirviente a su lado y varios pares de soldados alrededor. Meiko entonces se preguntó si el honor que habían perdido al matar a un propio compañero valía menos que el miedo que aquella bruja a la que llamaban Princesa inspiraba. Si las personas llegaban a ser doblegadas por una niña de catorce años mimada y consentida como aquella, ¿dónde acabarían todos? ¿En que desembocaría todo aquello?
Por lo visto las campanas iban a sonar de nuevo en poco, pues el bullicio se volvió más intenso y poco después, amarrado, trajeron a su esposo. Le hicieron ponerse de rodillas y empezaron a leer su sentencia. El corazón de Meiko rebosaba de odio e ira con cada segundo que pasaba viendo la sonrisa de la cruel Princesa. Y sus manos temblaban violentamente alrededor de la empuñadura de su espada.
Había llegado el momento. Se fue acercando a la plaza abriéndose paso entre la multitud. Por un momento notó como su mirada se cruzaba con la de su esposo, que al verla negó como adivinando sus intenciones. De pronto la plaza se volvió silenciosa, y para Meiko todo el mundo había desparecido a excepción de su amado esposo arrodillado en aquel desagradable lugar y la malvada Princesa que los observaba con su sonrisa cruel. De repente vio que su esposo decía algo que no alcanzaba a oír. Pero leyó sus labios.
» Te quiero.
Algo dentro de Meiko se debatía por salir fuera, y la rabia y la conmoción que había causado todo aquello en ella la hicieron llorar de nuevo.
Sonó la primera campana. Y Meiko volvió a la realidad. Desenvainó la espada y la gente a su alrededor se apartó asustada. Corrió hacia el lugar donde el verdugo comenzaba a sacar una brillante espada que segaría la vida de su amado. Sonó la segunda campana.
Algo la agarró fuertemente del brazo haciéndola soltar la espada bruscamente, que se precipitó al suelo con un sonido metálico. La Princesa dirigió la vista hacia donde estaba ella. Cruzaron las miradas por unos segundos. Sonó la tercera campana y después un sonido sordo que dejó mudo al pueblo. Por unos segundos el País Amarillo quedó en silencio. Un grito desgarrador y lleno de dolor atravesó todo el reino.
Todo había acabado. Sintió que su vida ya no tenía sentido, sintió que le faltaban fuerzas y casi se precipitó al suelo, pero quien la había detenido segundos antes, se ocupó de sujetarla.
-Lo siento Meiko... - susurró la voz de quien la había detenido.- Pero él me lo pidió... Y no podía hacer nada más.
Meiko lo miró llena de ira.
- ¡Podrías haberlo liberado! ¡ Podrías haberle apoyado, él era tu amigo! - gritó fuera de si teñida de odio y dolor.
- Lo siento... - repitió.
Meiko no protestó más, guardó silencio y pensó que el hombre al fin y al cabo había hecho lo mismo que ella: nada. Se resignó, ya no había nada que hacer, era el fin. Pero algo rompió el ambiente pesado que se había formado de pronto. La Princesa se había levantado de su trono y con una risa macabra anunció:
-Espero que esto sea una muestra del respeto que le debéis a vuestra Princesa. -sonrió. - Vamos Len.- susurró antes de marcharse seguida por su sirviente.

La vida de Meiko había cobrado sentido de nuevo.
-¡Me las pagarás...! -susurró apretando el puño tan fuertemente que se clavó sus propias uñas, y un reguero de sangre se deslizaba entre sus dedos.


Nath Key (C)

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